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Pablo de Anda
Padilla

Fundador de la Congregación de las Hijas Mínimas de María Inmaculada

Nacimiento:

5 de julio de 1830

San Juan de los Lagos, Jalisco.

Protector de la niñez.

Para los huérfanos fue un “Padre”

Ya vimos que en San Luis Potosí, ayudado de las “Damas de San Vicente de Paúl”, abrió 2 casas de misericordia para atender a los huérfanos y a los niños que habían quedado en la miseria a consecuencia de las guerras que se habían llevado a cabo en esa ciudad entre liberales y conservadores y que apenas llegado a León funda su “Casa de la Misericordia “ a donde él mismo llevaba, debajo de su capa, vestidos para las niñas, pues le tenía singular placer de entregarles personalmente las piezas de ropa que les compraba en el mercado.

Para los niños de sus asilos mostró siempre una ternura excepcional. ¡Con cuánta delicadeza y amor recogía en la calle o en el río a los pequeños, que las mamás dejaban tirados entre la basura! y después los entregaba a las religiosas por él fundadas, como un precioso regalo que debían cuidar con gran esmero. Bella actitud con la que el Siervo de Dios les hacía sentir la ternura del Padre Celestial que es el único que jamás los abandona.

El Sr. Anda no era rico, vivía de los emolumentos que su sacerdocio le proporcionaba; pero tenía una inquebrantable fe en la Divina Providencia y en la protección de su Madre Inmaculada, que muchas veces obró milagros en su favor. Cuando las religiosas le informaban que no tenían que dar de comer a los niños, él con suma tranquilidad sólo respondía: La Señora proveerá. Enseguida se iba a orar o a celebrar la Sta. Misa y llegaban los donativos en las cantidades exactas que se necesitaban.

Para las colegialas fue un “escritor de espíritus”

Al igual que Cristo, el P. Anda era feliz estando en compañía de los niños. Por eso siempre buscaba sin desfallecer, la forma de ayudarles, de ganarlos para Dios y hacerlos útiles a la sociedad. Con tal fin construyó para ellos el colegio de Señor San José donde se les impartían clases por excelentes profesores y él mismo les daba la clase de religión.
   
Además, formó entre las colegialas la asociación de las Hijas de María para inflamarlas con el amor de la Virgen en el cual él ya ardía.

Con la apertura de este colegio las religiosas Hijas Mínimas de María Inmaculada se dedicaron también en la enseñanza.

Fundador de la Primera Escuela Normal

Para dar una adecuada formación a las niñas, el P. Anda estableció en el mismo colegio de Señor San José la primera Escuela Normal, a la que acudían las alumnas que egresaban del colegio y todas las señoritas que quisieran prepararse para prestar sus servicios como profesoras en las escuelas por él fundadas, en las que la Diócesis y en el Estado de Guanajuato pues era la única Escuela Normal existente, porque P. Anda, en su fundación se adelantó por varios años aun al gobierno del estado.


Impulsor de las conferencias de San Vicente de Paúl.

Con las Damas.

Uno de los medios de que se valió el P. Anda para ejercer su caridad fueron las conferencias de San Vicente de Paúl. Así lo hizo tanto en San Luis Potosí como en la ciudad de León.

Como director general de las asociaciones de caridad de León, su preocupación constante fue la infundir en el corazón de las socias el espíritu de fe y amor a Dios imprescindibles para todo el que dedica su vida a servir a los pobres y necesitados. Este fue el espíritu dado por San Vicente de Paúl a las Damas de la Caridad, y el P. Anda lo seguía transmitiendo fielmente a las asociaciones que dirigía.

El consejo central de León que trabajaba bajo la dirección del Siervo de Dios, estaba formado por 9 Asociaciones, y todas fueron un grande apoyo en la atención de sus casas de beneficencia especialmente para el hospital y el orfanatorio. Con toda solicitud atendían y visitaban a los enfermos no sólo los internados en el hospital sino también en casas particulares; daban desayunos a los pobres, preparaban para la recepción de los Sacramentos de la penitencia, eucaristía y matrimonio, ayudaban con los gastos de sepelios, etc. Su campo de acción era grande y se encontraba donde urgía su caridad.

Pero el siervo de Dios no se quedaba con los brazos cruzados. El se valía de todos los medios a su alcance con el fin de arbitrarse fondos par el sostenimiento de las conferencias. Por información periodística se sabe que para tal efecto hizo una rifa de un mueble y de un reloj.

Con los Señores.

El “Vicente de Paúl mexicano” no quiso excluir los nombres de la valiosa práctica de las obras de misericordia y para ellos fundó en el Santuario de Guadalupe la “Asociación de Señores de la Caridad” bajo la advocación del Sagrado Corazón de Jesús, el 9 de marzo de 1890.

Esta nueva Asociación se ajustó en todo a las reglas y costumbres de la sociedad y se entregó admirablemente al servicio de los pobres.

Desarrollo geográfico de las “Hijas Mínimas de María Inmaculada” en vida de su fundador.

En medio de tantas penas y dificultades, Dios concedió al Siervo de dios ver extenderse la Congregación por él fundada, primeramente a San Francisco del Rincón en abril de 1901 para atender un colegio que también llamó de “Señor San José”

Este colegio prosperó rápidamente con muy buen éxito por la buena preparación cultural y religiosa que las hermanas daban a las niñas.

El 5 de enero de 1903, envió 3 hermanas a Romita, (en Guanajuato) respondiendo a la petición que le hizo el P. J. Guadalupe Huerta para que se encargaran de la Escuela Parroquial.

Las hermanas fueron recibidas con gran entusiasmo pero pasaron muchas necesidades por la pobreza que reinaba en ese lugar. No obstante, ellas sufrieron todo por amor a Dios y permanecieron ahí hasta el año de 1915 en que forzosamente tuvieron que salir y ocultarse en la cercana ciudad de Silao por la fuerte persecución religiosa.

En Encarnación de Díaz hizo las dos primeras fundaciones fuera del Estado de Guanajuato.


En el mes de febrero de 1903, tres hermanas se hacen cargo del hospital que ya existía en dicha ciudad atendido por caritativas personas seglares, y lo llamaron “Hospital de San José”. Gracias a Dios todavía existe a pesar de las guerras y persecuciones que ha habido en la República. En atención a su más grande benefactor se le cambió el nombre por el de “Felipe Ramírez”.

A los dos meses de esta fundación, una señora descendiente de la familia del P. Anda, en unión con varias madres de familia y de acuerdo con el Sr. Cura, solicitaron personal al Siervo de Dios para fundar un colegio.

Dos hermanas profesas y tres postulantes tomaron posesión de la casa que les tenían preparada el 11 de abril y dieron principio a las labores inaugurando el colegio con el nombre de “Colegio de la Purísima”.

De aquí surgieron varias vocaciones religiosas para la Congregación de las Mínimas.

El viernes 4 de marzo de 1904 el P. Anda hizo su visita a las casas de esta ciudad. A los enfermos dirigió palabras de consuelo y resignación; a las niñas del colegio también les dijo frases paternales, atrayéndose de ellas el amor y cariño con que siempre lo recordaron.

Este colegio también existe desde su fundación en la calle Guerrero núm. 62, con el nombre de “Pablo Anda”.

Cuando puso en marcha su congregación quiso hacer de las MÍNIMAS almas verdaderamente eucarísticas. Diariamente estaban una o más hermanas en retiro, ante el santísimo sacramento. Se repartían el número de hermanas entre los días de la semana a fin de que nunca faltara, entre los miembros de la comunidad, quién estuviera adorando y amando al amante Prisionero del Sagrario.

Decía que la comunidad estaba representada por la hermana o hermanas que estaban en retiro velando al Santísimo.

El Padre Anda repartía sus actividades en hacer bien al prójimo y dialogar íntimamente con Jesús. Ante el Santísimo expuesto suplicaba el auxilio de Dios cuando quería arrancar su corazón misericordioso alguna gracia especial.

En sus lecciones de catecismo le gustaba leer y enseñar a los niños pasajes de la vida de San Pascual Bailón, el gran santo de la eucaristía, y les aconsejaba que cuando pidieran algo por su intercesión le dijeran: Niño Pascualito, por el Santísimo Sacramento concédenos lo que te pedimos.

Celebraba con gran solemnidad las Primeras Comuniones de los niños y las Comuniones Generales en que deben existir en el corazón de la criatura cuando se considera objeto de las solicitudes de su Creador.

También quería que las alumnas del colegio de Señor San José fueran almas Eucarísticas y así estableció para ellas una hora santa todos los jueves. Las internas, además, disfrutaban diariamente la dicha de participar en la Santa Misa y de recibir la Sagrada comunión.

Era un sacerdote que celaba el decoro y el esplendor de la casa del Señor y preparaba todas las fiestas de la Iglesia con el mayor esplendor  posible donde nunca faltaban horas y la bendición con el Santísimo.

Con gran solicitud se preparaba para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa mediante un ejercicio de disciplina, uniendo de esta manera su sangre que muchas veces llegó  derramar, con la sangre de la víctima divina.

Y cada vez que terminaba de celebrarla, se arrodillaba frente al altar, durante mucho rato orando delante del Señor.

Este espíritu de fe trataba de infundir a las hermanas de la congregación por él fundadas. Les ayudaba a que vieran en todo la voluntad de Dios, aún en las órdenes que él les daba. Cuando por el aumento de hermanas se vio en la necesidad de agregar puntos al primer Reglamento o de modificar algunos de ellos, les decía: A mis carísimas Hijas Mínimas de María dirijo estas órdenes que me manda el divino Esposo dé a sus amantes esposas que le están consagradas a darle gusto en todo lo que dispone. Desea el Divino Esposo verlas más recogidas y entregadas a la vida contemplativa, para que se infamen en su presencia en la caridad para con los enfermos y con sus hermanas, y empaparse en la humildad y obediencia que les labra tan gran corona en la gloria. Espero que todas con gusto rendirán obediencia al Esposo.

Otro día que pasaba por donde las niñas del Asilo de San Vicente estaban ensayando la fiesta para celebrar su santo, él que ya presentía que estaba muy próximo el encuentro definitivo con dios, les dijo tranquilamente: Hijitas, ya no estudien mi fiesta porque no voy a estar aquí el día de mi santo.

Y, tan seguro estaba de la fidelidad de Dios a su promesa de dar la vida eterna a los que le aman (Rm. 8, 28-30) y cumplen su voluntad (Mt. 7, 21), que no dudó en decir a sus Mínimas: en el cielo rogaré por todas.

   Pero este esperar en el cielo no fue por miras humanas, sino por motivos sobrenaturales. Todas sus acciones: oración, mortificación, observancia, trabajo, tenían por meta la honra y gloria de Dios.

En su comportamiento constante y en las enseñanzas que impartía era evidente su predilección hacia los bienes eternos que anteponía sin género de duda a los terrenos con gran amor. A sus niños del catecismo les decía: <<No se les olvide ser cristianos, no sean tontos, “los triunfos de aquí de la tierra no sirven para nada”. Ahora vamos de paso, pero como somos hijos de Dios El nos tiene qué proteger. Hay que clamarlo a cada paso para ser benditos de Dios por toda la eternidad.>>

Todavía en su lecho de muerte manifestó este deseo a las Mínimas, en la persona de su superiora General, cuando dijo: Dios me las bendiga, háganse santas, háganse santas.

Quería estar en la Gloria del cielo acompañado de todos los que Dios le había encomendado aquí en la tierra. Por eso siempre recomendaba la práctica de las virtudes y la recta intención en las obras.

El Padre anda no era rico, vivía de los emolumentos que su sacerdocio le proporcionaba, pero con fe y constancia ejemplares siempre encontraba medios para realizar sus incontables actos de caridad.

La expresión que solía tener a flor de labios en las dificultades propias o ajenas, era: Dios proveerá o Ella proveerá.

Por eso con grande fe y confianza en que Dios lo ayudaría se decidió a construir el Santuario de Guadalupe contando sólo con 50 centavos en el bolsillo.

Y cuando no tenía con que pagar a los trabajadores o de dar de comer a sus huerfanitos y enfermos, acudía a la oración y dios le salía al encuentro inmediatamente con la cantidad de dinero que necesitaba, pues él estaba seguro que nadie le implora en vano.

Su corazón, modelado en el de Cristo, era todo compasión y ternura para los pecadores, por eso se preocupaba hasta de las mujeres de la mala vida.

Acompañado del Sr. Guadalupe Herrera y de don Manuel Barrientos, iba a las casas de perdición, sacaba a las muchachas que deseaban liberarse de su mala vida y se las llevaba al silo. Ahí lavaban, planchaban, y trabajaban en un taller que les puso especialmente para que hicieran tela y la vendieran. De ahí salían para casarse bien.

Cuidó también de propagar las buenas lecturas por medio de hojas impresas, para contrarrestar en su esfera la de folletos impíos e inmorales.

Antes de emprender esta obra, y como una experiencia personal, utilizó la casa de ejercicios instalada junto al templo de los Angeles para dar diversas tandas a diferentes clases de personas y organizar mensualmente días de Retiro Espiritual para señoras.

Este gran amor a Dios, el P. Anda lo nutrió con una intensa y continúa oración, que bien puede decirse que su vida fue una oración ininterrumpida, ya que testigos oculares, entre ellos la Hna. Oliva del Niño Dios Aranda C.F.M.M., lo recuerdan como un santo que vivía con su corazón en el cielo y su cuerpo en la tierra.

Además, cuando lo llamaban a su pieza. Que era muy chiquita, siempre lo encontraban hincado en su reclinatorio, con su vista baja y sus manos pegadas a la cara, en oración.


Caridad con el prójimo

Fue precisamente en la práctica del amor, como servicio al prójimo, donde el Padre anda manifestó su amor a Dios, (Cfr. IJn, 4, 20-21).

Trabajó con tanto empeño a favor del desvalido y necesitado, que hubo quien no vaciló en asegurar que tenía pasión por ello, no pudiendo ver miseria alguna sin que su corazón se inclinase luego a remediarla o aliviarla.

Todo su comportamiento hacia el prójimo, llevó siempre el sello de la caridad de Jesús y reflejó el esplendor de su bondad. Vio en cada hombre al Hijo de dios y por lo mismo un hermano, del cual se interesó y a quien se acercó con serenidad, delicadeza y afabilidad, como manifiesta el hecho de que en una ocasión que había salido de la ciudad en busca de otra temperatura que favoreciera s su salud ya muy quebrantada, a los pocos días ya se preocupaba por regresar. Se le manifestó que su salud exigía que permaneciera por más tiempo en el lugar en que se hallaba; pero él urgía asegurando tener negocios pendientes en León. –Los diarios del asilo y del hospital quedaron arreglados, le replicaban. –No, respondía, hay familias pobres a quienes doy un seminario ¿qué hacen sin él? –Se escribirá diciendo que se les dé. Urgido de esta suerte, dijo por fin la causa de querer volverse: son personas que fueron acomodadas las que así socorro, ¿por qué las he de sujetar a la vergüenza de recibir la limosna de otra mano que no sea la mía?

Al igual que Jesucristo, participó sinceramente de las alegrías de los hombres, sus hermanos, y condividió sus dolores. Cuenta un testigo, que cuando murió su papá, en medio de aquel cuadro de infortunio, en medio de la amargura y de la muerte, se alzaba de pie, majestuoso… sereno, dulce y apacible, el Sr. Anda, como el ángel del perdón y de la misericordia, como amable emisario de Jesucristo y de sus labios fluían elocuentísimas frases de resignación y de consuelo, que llegaban al alma.

Muy bien pueden aplicarse al Siervo de Dios las palabras de San Pablo a los Romanos: nos predestinó para hacernos conformes a la imagen de su muy amado Hijo ya que habiendo muerto a su yo, Cristo vivía en él plenamente. Produjo en sí con rara perfección la bondad y ternura de Cristo, que todos, chicos y grandes, sentíanse atraídos a él y no se separaban sino con pena, de su amable presencia.

“Hijito” era la palabra habitual de sus labios, y la pronunciaba con tal cariño, que hacía pensar en la bondad divina. Esta sola palabra bastaba a veces para poner en paz todo un mundo de penalidades.

Todo el que sufría en el alma o en el cuerpo, estaba seguro de hallar compasión en su espíritu lleno de caridad.

Nació y vivió en una Patria que trataba a los pobres con la punta del pie, que era injusta con los trabajadores del campo y de la ciudad, que estaba desgarrada por la lucha implacable entre los conservadores y liberales, entre clericales y jacobinos. En medio de esa sociedad egoísta él se inclina y lo protege, se interesa por el obrero y mejora su suerte, se inclina hacia el lecho del enfermo y lo consuela, enjuga las lágrimas del huérfano y de la viuda.

Los niños abandonados y los huérfanos fueron los primeros en recibir ternuras de su caritativo corazón. Hay varios testigos que nos trasmiten la noticia de la delicadeza y amor con que el Siervo de Dios recogía en la calle o en el río a los niños que las madres desnaturalizadas tiraban porque no los querían.

A una mujer que maltrataba a su hija le dijo: Mira, hija, tú no tienes entrañas de madre; dámela, yo la cuidaré como si fuera mi hija.

Los recogía con toda delicadeza, los envolvía en su capa y al llegar al asilo los entregaba a las Religiosas como un preciado regalo. De este modo les hacía experimentar la Ternura del Padre Celestial que a través del profeta Isaías dijo: ¿Puede acaso una mujer olvidarse del hijo que amamanta? ¿no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré jamás. (Is. 49, 14-15)

Por sus huérfanos hasta se convirtió en limosnero haciendo a un lado las honras que merecía por su título de Canónigo o de Arcediano. Todos los días, después de cumplir con sus obligaciones en el coro de la catedral iba a las tiendas de ropa a ver qué le regalaban para los niños y como todos lo querían mucho, le daban.

Se compadeció también del cuerpo doliente de Cristo en la persona de los enfermos, para quienes estableció un pequeño hospital. Ahí los visitaba con frecuencia, los consolaba y se mostraba con ellos como un verdadero padre.

Fueron precisamente los enfermos, los que motivaron al Siervo de Dios a fundar la congregación de las Hijas Mínimas de María Inmaculada, para que dedicadas exclusivamente a este ministerio, se les diera una mejor atención material, pero sobre todo espiritual.

Cuentan las primeras religiosas, que cada semana, en un día determinado, el siervo de dios atendía a los enfermos de su hospital y los servía de rodillas, con una corona de espinas en la cabeza y la soga en el cuello, escogiendo a los que tenían mayor necesidad o su aspecto era más repugnante. Esta edificante actitud cambiaba los corazones aún de los más rebeldes.

Su caridad para con los pobres era sobremanera ingeniosa, pues además de los huérfanos y niños expósitos, que tenía en el Asilo que él fundó, de los enfermos del Hospital y de incontable número de familias vergonzantes que sostenía, no podía ver algún menesteroso sin socorrerlo. Algunas veces las personas que le hacían compañía, le decían que no diera tal o cual objeto, como piezas de ropa, o algún otro que era de estimación y estaba destinado para su uso. No replicaba; pero llegada la vez, daba cita a los pobres en las afueras de la ventana de su aposento que daba a la calle, y por allí les entregaba piezas de su vestido, sobrecamas o lo que podía.

Y si su caridad era tan industriosa, podrá decirse con verdad, que formaba un carácter particular; si su mano era pródiga en socorrer las miserias temporales, su tierno y compasivo corazón lo era muchísimo más, vertiendo cariñoso el consuelo a cuantos les trataban.

Tuvo caridad hasta con los ladrones. Cuenta la M. Oliva Aranda, que Petrita, sobrina del Siervo de Dios, le contó que un día salió de la casa a media noche, ensilló el caballo y se fue al Santuario porque andaban los ladrones robándose el material que había llevado la gente, en faenas que hacían. Llegó derechito al Santuario a ver qué era lo que sucedía y va viendo que ya tenían sus caballos cargados con vigas, arena, piedras, cal, todo lo que tenían; le habló y les dijo no que robaran el material a Nuestro Señor porque ese era para edificar su casa, su iglesia. Los exhortó con amabilidad y todos fueron bajando lo que habían cargado, se arrepintieron.

Sin molestarse, el P. anda les preguntó ¿Ya comieron? Y ellos asustados le dijeron; No. Entonces, le dio dinero para que comieran, se fueran y no robaran.

En otra ocasión, dice l Srita. Juana Lerma Alemán, que un señor intentó robarle su capa, la tenía por ahí y se le hizo fácil llevársela. El P. de Anda se dio cuenta y le gritó: ¡Hijo, hijo, no te la robes, te la regalo; no te la lleves robada!

El Sr. José Inés Santos narra en su testimonio, que un día que encontraron a un señor robándose unas mazorcas en la Hacienda de las Cruces, lo encerraron, luego fueron a avisar al Padre de Anda. El fue y habló con el señor y por todo regaño que le dio fue un consejo: hijo, pero, ¿qué andas haciendo? Ya no lo vuelvas a hacer porque te pueden dar unos balazos. Después le dijo al administrador: Llévale seis canastos de maíz, pobrecito, tiene mucha familia.

Los borrachos también fueron objeto de su caridad. Cuando veía por la calle a alguno de ellos, corría a alcanzarlo y le decía: ¿a dónde vas, hijo? –Pues Padre, se me pasaron. Regrésate a tu casa, en tu casa te espera tu familia, tu madre, tus hermanos. Después de bendecirlos, les daba un peso para que tuvieran que dar a su familia cuando llegaran a su casa. Mientras los encaminaba les daba consejos.

Cuando estaban muy malos los metía en el atrio y les tendía un costalito para que no se acostaran en el frío.

En su caridad, no se olvidaron las almas del Purgatorio rezando a Dios para que les concediera un descanso en sus penas. Esta práctica tan hermosa también la aconsejaba a los demás.

Donde se reveló heroica y sublime la ferviente caridad del Siervo de dios fue durante la trágica inundación de la ciudad de León el 19 de junio de 1888 en que se le vio, en medio de la multitud de infortunados, consolándolos y socorriéndolos.

En aquellas tristes e inolvidables horas se le vio acongojado, lloroso, llevando una cesta en sus propias manos, y llamando de puerta en puerta, a las casas de la ciudad que no habían sufrido el terrible azote, pedía humildemente una limosna para sus pobres… y con paternal solicitud, alimentó y alojó en la Casa de ejercicios, a aquellas multitudes hambrientas, sin hogar y sin abrigo.

Consiguió la cesión de una parte del terreno en la planicie de la montaña, lo dividió en lotes y lo repartió a los pobres, construyéndoles a algunos sus casas y ayudando a otros para que las levantaran. Proveyó a artesanos de herramientas y fundó un taller de recocería.

La caridad que rebosaba de aquel sacerdote modelo, no podía menos que comunicarse a las almas que se le acercaron, no era posible que aquel espíritu ardiente no dejase a su paso por el mundo huellas de divino amor y de benevolencia.

Pero para proseguir sus obras caritativas en todas las situaciones adversas en que puede verse el hombre desde que nace hasta que muere, dejó a las Religiosas Hijas Mínimas de María Inmaculada como institución eclesial permanente, como la misión de amar a Dios, sirviendo a los pobres de la misma manera que lo hizo Cristo.

Por haber sabido amar al pobre y al indigente como Cristo los amó en la tierra, con toda justicia se le ha dado al Siervo de dios el nombre de PADRE DE LOS POBRES en el sentido más alto y humano de la palabra.

A propósito de esto, en los periódicos locales con motivo de la primera exhumación de sus restos, se leía: …el Sr. Anda fue de esos hombres que a su paso por la vida dejan una estela de beneficios y de gratísimos recuerdos, la cual le valió el amor de las clases desheredadas que veían en él a un padre, y la admiración y alta estima de las clases elevadas que no supieron resistir cuantas veces solicitaba su cooperación para las mayores obras que emprendía.

El era consciente de esto; por eso en una ocasión dijo a un hombre, que para chantajearlo le pidió una fuerte suma de dinero: “No tengo dinero… pero cuando usted tenga hambre y frío acuda a mí, que la caridad de otros, no la mía, socorrerá sus necesidades.”

En todas sus obras apostólicas se mostró hombre extremadamente recto y prudente: Supo llevar tal decencia y moderación en sus numerosas relaciones y revertirse de tal gravedad en su conducta con las personas a quines favorecía o que le ayudaban en sus empresas, que jamás lengua alguna se atrevió a mancillar su honor. Es por esto que se llegó a elogiar la admirable y atrayente prudencia de su conducta.

El mismo, cuando iba a las casas de perdición para liberar a las muchachas que así lo deseaban, nunca lo hizo solo; siempre iba acompañado de otros dos o tres señores. Así evitaba el escándalo que de alguna manera se pudiera suscitar al se mal interpretadas sus intenciones.

A las internas que se le escapaban por la ventana colgándose de una cuerda para irse a la serenata, primero les hizo ver los peligros a los que se exponían, y después pidió a unas personas de confianza que las llevaran a divertirse. Ellas quedaron muy contentas y mejoraron su conducta, estimando más al Padre.

Cuando mandaba no imponía violentamente su autoridad. Prefirió la persuasión. El daba el ejemplo; él era el primero en todo.

Esta prudencia estuvo adornada por una grande discreción, como lo puede comprobar el caso de su silencio acerca de los hijos naturales del Sr. Plácido Gordoa y la custodia de la herencia que les correspondía, que prefirió sufrir calumnias y hasta opacar la buena fama de que siempre había gozado, que publicar el secreto que se le había confiado.

Acerca de esta discreción, dice la Sra. Rosa Muñoz Torres: “El Padre anda era muy callado en lo que hacía.”

   
Justicia

Pero donde manifestó de una manera muy patente la práctica de la virtud de la justicia, fue en la dedicación de su vida al servicio de los pobres, en cuyo nombre muchas veces llegó a reclamar sus derechos. Este es el caso de la intervención que tuvo qué llevar a cabo con las autoridades civiles, para evitar la clausura del Hospicio de pobres cuando se alegaba un improcedente embargo.

Un ejemplo como acto de justicia y gratitud, fue la ayuda que prestó a la familia de Don Guadalupe cuando quedaron en la miseria después de la inundación de 1888. les proporcionó comida y una máquina de coser para que tuvieran de qué sostenerse. La nieta de este señor Guadalupe, Carmen Herrera, fue la primera niña inscrita en el colegio de Sr. San José fundado por el P. Anda como signo de gratitud por lo mucho que había trabajado con él.

Cuando recibió la Hacienda de “Las Cruces” se dio cuenta de la pobreza en que vivía la gente, por remunerarles su trabajo sólo cada año; quiso cambiar su situación económica y ordenó que cada ocho días se les diera su “raya” y sembraran “a medias”. La gente fue siendo otra porque ¿qué podían hacer con 25 centavos y el maíz? Eran puros “andrajos” de gentes. Con la nueva administración cambió la vida en la Hacienda.

A fin de cubrir el derecho que los niños tienen a la instrucción, fundó para ellos el colegio de Señor de San José, proporcionándoles maestros cualificados.

A los obreros les puso también una escuela de Artes y Oficios para que aprendieran a ganarse la vida con un trabajo honesto.

Y hasta un poco de sentido de humor, les decía a las Hijas de María: <<… aquí tráiganme diablos, yo les corto las uñas.>>


Educación

Enseñanza oficial y positivismo.

El primer intento de reestructuración del sistema de enseñanza se hizo en 1830; en 1883 José María Luis Mora dejó bien establecida la escuela de medicina y los estudios preparatorios. Esta reforma, sin embargo, se hizo impopular por la nacionalización de los bienes de la Iglesia, en donde se trataba de implantar los establecimientos educativos.


Enseñanza Primaria

La obra del gobierno en la enseñanza primaria durante el periodo constitutivo fue mínima. El adelanto en este campo se debe a la iniciativa privada y a la iglesia.

El primer presidente que decretó la instrucción primaria obligatoria fue Santa Anna en 1842, pero en realidad fueron muy escasas las escuelas en todas las partes. En 1849 en la ciudad de México se contaba únicamente con dos escuelas primarias oficiales. Los gobiernos en este período se atenían a la iniciativa privada.

De hecho la compañía Lancasteriana (1822-1890) desarrolló una grande labor educativa, haciendo uso de método de la enseñanza mutua, mediante algunos monitores, inventados por el pedagogo inglés Joseph Lancaster (1778-1838). Pronto se difundió por todo el país y desarrolló una enorme labor educativa y de alfabetización, se mereció también la confianza del clero que aún económicamente ayudaba para sostenerla.

Las escuelas privadas se sostenían del subsidio de la Iglesia y no percibían ayuda del gobierno. Eran numerosas las escuelas de religiosos distribuidas en todo el país.

En el año de 1878 se introdujeron nuevas materias en el Plan de estudios de la primaria, así en 1896 se distinguía una primaria elemental y una primaria superior. Hubo adelanto en los métodos de enseñanza. En 1874 se prohibió la instrucción religiosa en las escuelas castigando con multas muy duras.

Las escuelas primarias en el período del porfirismo se multiplicaron rápidamente: en 1878 había 5,194 escuelas, en 1907 eran 12,068 y, naturalmente, el analfabetismo decrecía pasando de 93% en 1888 al 69.73% en 1910.


Seminarios diocesanos, religiosos, academias, universidades católicas.

En cada seminario (en 1843 eran diez) había cátedras de Teología, Historia Eclesiástica, derecho Canónico y Civil, filosofía y ciencias, latín, castellano y griego. Los seminarios del norte de México (Sonora, Monterrey y Durango), fueron a la  vez los únicos centros culturales del territorio, y allí se formaron muchos de los hombres ilustres del norte de México. Los más notables por su organización, preparación y formación que impartían a los alumnos fueron de México, gracias al grande impulso que le dio el señor doctor José María de Jesús Díez de Sollano y Dávalos (1820-1881). Otro Seminario notable fue el de Morelia. Su más insigne doctor de don Clemente Murguía (1843-1850). El seminario tenía una escuela de Primeras Letras, 16 cátedras, cursos mayor y menor de bella literatura y ciencias eclesiásticas; una academia teórico-práctica de Derecho y otras academias. Poseía gabinete de física dotados de todos los instrumentos necesarios. Tuvieron siempre cuidado de conservar y aumentar la biblioteca.

Los seminarios existentes en el período constitutivo en México eran de las siguientes diócesis: México, Puebla, Guadalajara, Morelia, Mérida, Oaxaca, Monterrey, Durango, San Cristóbal, Culiacán, Sonora, León, Zamora, Pázcuaro, Acámbaro, San Luis Potosí, Veracruz, Querétaro, Tulancingo y Chilapa.

Los más importantes en esta época fueron los de México, Puebla, Guadalajara, Morelia y Yucatán.

Los religiosos fueron los más afectados, pues bajaron de 3,112 (en 1821) a 1043 (1851) por las persecuciones, expulsiones y epidemias. Los Jesuitas fueron suprimidos y restablecidos varias veces. También las religiosas sufrieron varias pérdidas por los mismos motivos. En 1851 eran solamente 1484.

Surgieron unas diez congregaciones y asociaciones religiosas femeninas mexicanas, entre ellas la de las Hijas Mínimas de María Inmaculada, fundada por el Siervo de Dios Sac. Pablo Anda y Padilla. Se establecieron otras congregaciones religiosas diferentes que trabajaban en el campo de la asistencia social, especialmente en la educación.

Nacimiento y primera formación (1830-1847)

El Siervo de Dios D. Pablo Anda y Padilla, de quien se hablará en esta Positio, nació en el pequeño pueblo de San Juan de los Lagos, en el actual Estado de Jalisco (México) el 5 de julio de 1830.

Lamentablemente no se tiene noticia alguna sobre sus primeros 17 años de vida. Al no mencionarlo él mismo en su autobiografía, nos lleva a pensar que su niñez y adolescencia fue sencilla y tranquila, como la que vivía cualquier niño de su tiempo.

Por este motivo y por tratarse de una etapa tan importante por ser en la que se forja la personalidad y destino de todo hombre, a la luz de la documentación histórica descubriremos la formación religiosa y civil, de quien sería en su vida Sacerdotal el Apóstol de la Caridad y un amante hijo de María Santísima.


Pablo Anda, servidor de la caridad. (1864)

Establecida la tranquilidad en 1864 con la adhesión al Gobierno del Emperador Maximiliano, D. Pablo comenzó a reparar una iglesia que se hallaba en condiciones lamentables; fundó una escuela de artes y oficios a fin de dar trabajo y preparar a los jóvenes para la lucha por la vida, hacerlos buenos cristianos y ciudadanos útiles a la sociedad.

Los niños pobres y, sobre todo los huérfanos, eran el encanto de su alma compasiva; para ellos estableció un hogar que llamó Casa de la Misericordia, donde los atendió con caridad evangélica.

Este hospicio fue apoyado económicamente por las autoridades civiles y eclesiásticas quienes, por una parte, nombraron a personas para formar una junta dedicada exclusivamente a ayudarlas, y por otra, se solicitó la ayuda de particulares.

Desde el 15 de agosto de 1864, por disposición de la prefectura política, deben ser recogidos en el hospicio los mendigos que piden limosna en las calles.

Para la organización y atención de este establecimiento mucho ayudaron también las señoras de las conferencias de San Vicente de Paúl, de quienes nos ocuparemos con mayor amplitud en el siguiente apartado de este capítulo.

De su incansable servicio en el campo de batalla, el P. Pablo Anda sacó un gran amor a los enfermos; a fin de poder seguir ayudando a los heridos de la guerra, fundó un hospital para ellos.

Para los necesitados del espíritu siempre estuvo dispuesto a oír confesiones; decía la Santa Misa hasta después de terminado el Coro, para la mañana en confesar.


PATRIA Y LUGAR DE NACIMIENTO

El Siervo de dios Pablo Anda y Padilla nació en San Juan de los Lagos, pueblo perteneciente al Estado de Jalisco y a la Diócesis de Guadalajara.

La población se dedicaba a la agricultura; pero para 1830, año en que nació el Siervo de dios, todo el territorio mexicano estaba aún sufriendo los efectos de la Guerra de Independencia (1810-1821).

San Juan de los Lagos era paso obligatorio de los insurgentes que destruían todo lo que se encontraba en el camino, se apoderaron de maíz e impidieron el comercio y la comunicación, dejando a sus habitantes no sólo sin alimento sino careciendo aún de lo más indispensable para vivir.

Dios en sus secretos designios estaba preparando de esta manera el marco histórico en que se desarrollarían los primeros años de la vida del Siervo de Dios y pudiera aprender a compadecerse de la miseria de los demás ya que le iba a encomendar la misión de ser el reflejo de su amor misericordioso.


Religiosidad popular en San Juan de los Lagos

Cuando el Siervo de dios vino al mundo, San Juan de los Lagos era, como lo es todavía ahora, centro de una grande devoción mariana sólo la supera en su culto la Virgen de Guadalupe. Además de esta devoción, la vida espiritual del pueblo tuvo un gran impulso por la importancia que los misioneros, especialmente los de la Orden Franciscana, le dieron al culto, pues este no se agotaba en rito, sino que se proyectaba en el compromiso de la caridad para con el prójimo.

Nacimiento, familia y primera formación.

A la sombra y bajo la protección de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, nació el Siervo de Dios el 5 de julio de 1830. Se le administró el Sacramento del Bautismo el día siguiente en la parroquia de su tierra natal, imponiéndole el nombre de PABLO.

En la misma parroquia fue confirmado aunque no se sabe la fecha precisa por carecer de documentos, pero él mismo lo dice en su biografía.

Pablo fue el quinto y último hijo de los Sres. Don Mariano Anda y Dña. San Juana Padilla, pues frutos de bendición de este matrimonio fueron sus hermanos: Pedro, José Sóstenes, María Rita y María del Refugio.

Aunque no se tienen documentos relativos a su infancia, hay motivos suficientes para pensar que el niño Pablo recibió una educación cristiana y mariana en su hogar, y que fueron precisamente sus padres los que le infundieron el amor ardiente a María Santísima y le inculcaron las más sólidas virtudes cristianas especialmente el amor a Dios y al prójimo que fueron siempre el centro de su vida sacerdotal.

Por otra parte, la niñez y adolescencia del Siervo de Dios están marcadas por la pobreza, pues el trabajo de comerciante ambulante que realizaba su papá no les daba mucha seguridad económica; pero precisamente esta situación fue la que le enseñó a confiar sus problemas y necesidades a Dios y a la Santísima Virgen, abandonándose siempre a su divina Providencia.

Así de sencilla y llena de gran amor a Dios y a María Santísima, tuvo que haber transcurrido la vida del Padre Anda en esta primera etapa en que se forjan los más altos ideales, pues toda su vida no fue otra cosa que un bello himno al amor de Dios manifestando en el servicio a los pobres bajo el amparo de su Madre Inmaculada.


Vocación Sacerdotal.
 

Hasta la edad de 15 años vivió el Siervo de dios en su tierra natal, la ferviente devoción mariana propia del pueblo de San Juan de los Lagos y el ambiente familiar cristiano favorecieron las aspiraciones del joven Pablo hacia el sacerdocio.

Para que su hijo pudiera dar respuesta a este llamado Divino, sus padres decidieron radicarse en la vecina ciudad de León donde había un seminario auxiliar del de Michoacán atendido por el celoso sacerdote Don José Ignacio Aguado, para los jóvenes de escasos recursos, pues León todavía no estaba constituida en Diócesis.

Este seminario conocido como Instituto de San Francisco de Sales, lo tomaron los Paulinos bajo su dirección en 1847. en dicho colegio clerical de los Paulinos estudió el joven Pablo dos años de Gramática Latina, tres de filosofía y cuatro de teología con sus respectivas materias accesorias (Sagrada Escritura, Disciplina Eclesiástica y Ceremonias) hasta 1856.

Diez años en que el Siervo de Dios modeló su espíritu conforme al de San Vicente de Paúl que no era otro que el de Jesús descrito en el Evangelio.

Desde su ingreso al seminario, el Siervo de Dios se entregó al <<exacto cumplimiento de sus deberes, y por su irreprensible conducta se hizo muy digno del aprecio de sus superiores>>. Consolidó su formación espiritual con la frecuente recepción de los sacramentos de la penitencia y eucaristía bajo la dirección del Pbro. Agustín de Jesús Torres Hernández, rector del seminario.

Con esta sólida formación, el 28 de octubre de 1854 se dirigió al Obispo de Michoacán, Clemente de Jesús Murguía, para solicitar le confiera las ordenes sacras desde la primera clerical tonsura hasta el Diaconado a título de administración, dispensando los intersticios. Fue presentado por los mismos superiores ante el Prelado, junto con una lista de otros ordenados, pero se le interpuso dificultad de ordenarse por su origen jalisciense, al cual no había renunciado legalmente, y hubo de recurrir a su excardinación de Guadalajara dentro de un plazo fijado y el 16 de septiembre de 1855 demostró su domicilio en León. Se le venció el corto plazo, y el 22 de septiembre se le ordenaba de Morelia que volviera a solicitar excardinación jalisciense.

Como culmen de todas estas dificultades fue la noticia del 20 de marzo de 1856, en que se supo que se habían perdido en el correo documentos de solicitudes de ordenes, entre ellas, las del Sr. Anda.

Toda esta problemática, la orden de clausurar el seminario por parte del Gobernador de Guanajuato, Gral. Manuel Doblado e invitado indudablemente por un tío político suyo, Arc. Juan Gutiérrez, que era entonces el Secretario de Cámara y Gobierno de la Diócesis potosina, el Padre anda marchó al seminario de San Luis Potosí, en abril de 1856, en el que el Sr. Obispo Pedro Barajas lo recibió como pasante y suplente de cátedras.

Ministerio sacerdotal en la ciudad de San Luis Potosí.

Sólo 4 meses estuvo el Siervo de Dios en la parroquia de Ahualulco de los Pinos, porque el 1° de enero de 1857 entró a formar parte del Cabildo catedralicio como maestro de ceremonias, primer capellán de coro, secretario y sinodal.

Sin embargo, no fue tranquilo ni apacible el tiempo que le tocó vivir en esta ciudad. Ardía la guerra civil entre los conservadores y liberales, siendo San Luis Potosí un de los focos de mayor efervescencia de la revolución.
  

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